miércoles, 21 de diciembre de 2011

LA CASA DEL TIEMPO (de Egozumo)

A  Hernán Burbano Urresta

Desde que estalló mi corazón vivo en la calle celeste. Mi casa también es celeste y está unida al precipicio por un puente de trinos.

Aquí antes habitó un océano y los peces grises del otrora acantilado, hoy con las alas crecidas, multiplican sus críos en los baúles, en el spondylus gigante que reemplaza a mi vitriola, con el lamento perenne de aquel mar.

Las aves nacen pero no abandonan la casa. Me estoy ahogando en un coro de trinos, mientras mi mano de madera prepara alpiste de perlas y oro, en el baúl sin fondo de mis botines piratas… ¡Ah, mi destino, jardinero del cielo! Lluvias de perlas descienden desde mi nube, sobre continentes de aire, sobre desiertos de humo. Llueve en las ciudades de techos de espuma petrificada.

A pesar del vacío el drama continúa. Las enfermedades del pasado son una tos que se activa en las noches. Y la pared sobre la que reposa mi espalda ha empezado a roncar.

Miro por la ventana a las nubes vecinas y no hay ningún Ángel dormido. Abrazadas, las nubes sueñan silenciosas.

Los ronquidos se intensifican. Comienzan con un do-mi-sol y terminan en re-fa-si, para así continuar combinándose infinitamente.

Roncan seres de todas las edades y yo, viejo pirata, siento vértigo. Las aves también escuchan en silencio, a veces entre ellas comentan algún trino.

El spondylus ha callado. Escucho el ronquido de un niño, que después revela mis nombres: desde Urr hasta Soon. Mis nombres antiguos y mi nombre presente, pasando por Atlan y Rett, Urmal y Sansen. Mis nombres que había olvidado, en un rosario memorial, desde el vacío sangrante de ayer, hasta el vacío celeste de hoy, donde la herida va expandiendo su cuerpo y se sonroja el aire en tempestades de recuerdos.

Amanece y la pared se ha silenciado.  El celeste bosteza sonriente, los pájaros se han marchado y el spondylus sopla vientos frescos. Del interior de la pared sale un niño de cabellos rojos y azules, de ojos más antiguos que los míos. La piel es transparente y en su pecho late una gota fosforescente.

El niño mete la mano en su tórax, saca la gota y la deposita en el mío, atravesando mis costillas de coral rojo deshecho, cuando mi sombra camina por las laderas del aire, germinando la soledad de la luz que va disolviendo sus puertos….

lunes, 5 de diciembre de 2011

HOMENAJE A  G. CERATI
(Rock tango jalapeño)

Con el levitante recuerdo de aquella fiesta de juguetes azules, en Manhattan, luego del lanzamiento de “Siempre es hoy”                                              
                                                                                   
Letra y música: Wilson B.
Arreglos: El Rodri Bazantes - “La Treme"                                   

Volvía de un estado de coma
despertando en un estadio mejicano
abandonado
Mi corazón como un balón
acribillado
Reventado en la pasión
de Quetzaltcoatl y Plutón

Agujas
agujas
En mis rodillas de cristal
en mi   serpiente sideral
agujas
En la flor de mi silencio
agujas

Hasta mi novia declaró
que no podía más lidiar con la pasión
de la canción inmortal
de mi cadáver azul

Agujas
agujas
En mis rodillas de cristal
en mi serpiente sideral
agujas
En la flor de mi silencio
agujas

Volvía de un estado de coma
despertando en un estadio mejicano  
abandonado
Mi corazón como un balón
acribillado
Reventado en la pasión
de Quetzaltcoatl y Plutón

Agujas, agujas…. (bis)

miércoles, 16 de noviembre de 2011

(De silencios en mí)

Soy la voz de alguien que no conozco pero que me conoce… Estos cuentos también son un  homenaje a aquella voz que no conoce quien me conoce…


(De caballo de aquel samurai)

TZA-NA  y TZA-NOS 

A Tzor

Era invierno en la muralla china y en la noche luna llena. Yo me deslizaba sobre mi sombra de nieve cuando un copo blanco se introdujo por mi nariz y la sombra de ella de pronto reemplazó la mía.

Su silueta de dragón había disuelto mi sombra de caballo, aunque en su cabeza era notoria la cabellera rojiza y humana.

Con un abanico de seda cosquilleaba las plantas de mis pies y yo para no lastimar el perfecto silencio de siete noches y siete leguas, contenía la risa mientras mi boca se inundaba por dentro de lágrimas.

Cuando más contenía la risa, más se llenaba mi cuerpo del llanto interior que mi actitud provocaba. Pero ya no pude más, mi cuerpo estalló como aquel capullo de lotos y el dragón con la aguja de su lengua empezó a bordar la noche de estrellas, que realmente eran letras de un abecedario infinito.

Luego del estallido de mi cuerpo, pude ver a mis ojos, contemplando desperdigados como nacía la primavera, en los balcones de la muralla, en la luna y en la tierra…


viernes, 28 de octubre de 2011

(Del libro “Reo-flexiones”)

Fue el cadáver perfecto, en lugar de gusanos, de inmediato le brotaron luciérnagas…


LA VISITANTE
(Del libro “Cuentos para leer dormido”)

Y yo que no dormía, cuando llegó en la máquina una muerta a hablarme al oído.
Se quejaba de su muerte, me pedía que le ayude con más intimidad de la que hablo conmigo mismo.  Se quejaba y sus mejillas blancas sudaban. Su cabellera negra no había perdido el peinado, crecía envolviéndome las costillas Después como un cometa me jaloneó con fuerza y mientras yo volaba suspendido en sus cabellos, el sótano se infló como un globo hasta romperse…

Ya  en el bosque de nubes afiebradas, regué con mi esperma de perlas su cuerpo. Entonces ella festejó la vida y yo festejé la muerte, celebrando los dos juntos con un trueno la eternidad…

lunes, 10 de octubre de 2011


LA ISLA DE LOS ESPEJOS                               

Publicado en los No 16, 17 de la Revista El Búho

La ciudad era una inmensa bola de cristal que flotaba suspendida desde el fondo del océano por poderosas cadenas. En ella vivían seres ricos y estrafalarios.  Allí se diseñaba la moda para el resto del mundo. Los habitantes se consideraban la metáfora más bella de la creación; y se habían tomado el derecho a decidir si algo era hermoso, o si lo otro era feo.

Las casas eran de vidrio, como también las calles y los carros. Habían encerrado al cielo en una gigantesca urna de cristal que era abierta a ciertas horas del día, permitiendo así el ingreso de pájaros y nubes que después eran subastados entre los comerciantes para decorar las mañanas en los gélidos inviernos.

Eran sus habitantes los seres más bellos y felices. Bellos, porque cultivaban la belleza ante el espejo como un rito cotidiano. Felices, porque desde niños habían aprendido que esa era la felicidad y no conocían otra. Además, sus rostros siempre alegres y gentiles se diferenciaban de los esclavos sombríos que eran importados para el mantenimiento de la isla.

Solo tenían un problema, el envejecimiento prematuro, debido a la alimentación sintética, la falta de luz natural, pero sobre todo al uso exagerado del espejo que en ocasiones se rompía sin aparente motivo. Tanto ancianos como niños se maquillaban y cubrían sus cabezas con pelucas multicolores para ocultar la temprana calvicie. Todos vestían ropajes únicos que reciclaban de las demás culturas del mundo. Y esa era la moda que exportaban y ese era el estilo de vida que día a día se imponía en el resto del planeta.

Trataban de diferenciarse entre ellos, pero al final la originalidad se convertía en un monótono collage de colores encandilantes, sin vacío, sin grises ni perspectiva.

El vacío venía del mar y el cielo, los grises de las horas tenues, pero ellos a toda costa se protegían multiplicándose a través de los espejos.

El esclavo Balún vivía obsesionado con las fotomodelos. Después de cargar las pesadas rocas de cristal durante el día, se metía en el armario de la casa de un amigo ex-esclavo, que había comprado su libertad y se extasiaba con revistas que recogía de los basureros.

Encendía un tabaco negro y estudiaba empeines y talones, dedos, tobillos y pantorrillas, venas azules, rodillas, caderas y pelvis. Envolvía otro tabaco para continuar con  ombligos, pechos, espaldas, columnas y omóplatos. Suspiraba al llegar a los cuellos, orejas, labios y ojos. Se agitaba palpando las narices, cabelleras y texturas de la piel, además de las siluetas y el estilo de las modelos con la minuciosidad de un estudiante de anatomía. Pero sobre todo las manos. Las trataba como un fetiche; leía las líneas de las palmas, montes, estrellas, cruces, círculos de piel, dedos y uñas.

Adoraba las manos. A través de estas descubría y poseía a sus amores de papel, en el armario donde vivía, o en los bares y cafés a los que acudían las modelos en busca del amor imposible.

Balún era delgado, de ojos negros y cabellera oscura. Tenía la nariz aguileña y ciertos gestos amanerados cuando envolvía sus tabacos negros. Estas características y el modo desinteresado de mirar y hablar, generaban confianza en las chicas que al verlo lo confundían con alguien del gremio. Además era un esclavo erudito, leía los clásicos y a escritores que en la Isla de los Espejos no se les daba mayor importancia debido a la tormenta que podrían desatar en los espíritus. A menudo les comentaba sobre Ciorán, Papini , Daniel Jarms o cualquier otro que se le venía a la memoria. Las modelos se deslumbraban y creían enamorarse, pero este las abandonaba después de haberlas desnudado y poseído a través de las manos.

Esa tarde de invierno, a Balún lo habían despedido del trabajo por romper involuntariamente un espejo de cristal. Caminaba de prisa pero sin rumbo cierto. Cuando se encontraba con algún espejo o vitrina, cerraba los ojos, respiraba profundamente y en su interior empezaba una danza de imágenes y colores que después se desvanecía. Esta era una técnica que había descubierto para no caer en la excesiva adoración y al mismo tiempo rechazo de su propia imagen.

Las calles estaban congeladas y Balún escogió el café "Líos", al azar, porque las manos y los pies se le estaban entumeciendo.

Se sentó al fondo, frente a un espejo viejo y sucio, a través del cual se dominaba el resto del bar. Era la primera vez que un espejo no lo rechazaba, quizás por lo oscuro y olvidado; como que si por mucho tiempo nadie se hubiese mirado en su cristal opaco.

Sobre la mesa, encontró el último ejemplar de la revista "Siluet". En la portada estaba ella, envuelta en un plástico transparente. Monique Lature, como siempre lucía los labios sonrientes e hinchados, pero los ojos como si hubiese acabado de llorar. A través del plástico resaltaban sus rodillas y hombros puntiagudos. Las manos como de costumbre posaban enguantadas, esta vez sosteniendo un mono amarillo con sus guantes blancos de cirujano.

Monique era la favorita de Balún. El misterio de sus manos le atraía intensamente. Soñaba con recorrer la línea de su destino, sus montes, estrellas y cruces. Después, adormeciéndole el cerebro penetrar en su corazón, para quizás en esta ocasión no dejarla abandonada, igual que a las otras revistas, en cualquier basurero, de los tantos que crecían en la isla como árboles ornamentales.

De todas maneras, siguiendo la forma que dibujaban los guantes, pudo leerle las uñas; cónicas, prácticas, filosóficas, y un índice martillo, que al entremezclarse la describían como una mujer conflictiva, dominante, pragmática; pero al mismo tiempo con tendencias a la melancolía y al arte. 
La mesera de turno le trajo un expreso doble y amargo a Balún que se disponía a encender un galoise, cuando por el espejo vio entrar a dos atractivas mujeres. Vestían abrigos de nutria que de inmediato colgaron de la percha. Saludaron de beso con la mesera y luego se sentaron en un cubo de vidrio, junto a la puerta.

Balún comparaba, sorprendido, las manos enguantadas de la Monique de la revista, con las manos enguantadas de la Monique que acababa de sentarse, luciendo los mismos guantes blancos de cirujano.

-¡Esto es magia!, exclamó para sí. Exhaló una prolongada bocanada de humo, siguiendo discretamente la escena, por medio del espejo.

Monique estaba enfrascada en una discusión con su acompañante, de pelo corto, facciones varoniles y frías, que contrastaban con el cabello ondulado y el rostro triste y alegre de ella.

La acompañante agarró violentamente una carta de la mesa y la rompió, arrojando los papeles en el basurero. Acto seguido, salió del bar sin despedirse, encogiendo los senos.

Monique soltó una lágrima espesa que estalló en el cenicero de cristal; secó su mejilla con la servilleta y bebió un sorbo de su copa de coñac.

Balún, que había escuchado la explosión de la lágrima, observaba fascinado la escena, cubriendo el espejo con bocanadas de humo que al desvanecerse revelaban el espectro lagrimeante de la modelo.

En la ciudad oscurecía, la mesera encendió velas sobre las mesas. Monique sopló la llama que alumbraba su rostro inflamado y sacó un cigarrillo largo de la tabaquera de cristal.

Un grupo de modelos que parloteaban al unísono, en una mesa cerca del baño, salió del bar, quedando solamente Balún ante el espejo oscuro de la noche y la silueta de Monique, cuyos dedos impacientes buscaban infructuosamente el encendedor en su cartera de plástico rojo.

El esclavo giró su cuerpo despacio, se acercó a la mesa sombría y encendió un fósforo que ofreció a Monique.

-Gracias, respondió ella con voz lloriqueante, acercando el cigarrillo a la llama que quemó los dedos de Balún.

-¡Oh, lo siento!
-No se preocupe, es mejor así, a oscuras.
-Sí, en realidad estoy cansada de tantas luces. Usted entiende, a las modelos nos toca soportar largas horas bajo la presión de luces.
-A veces el exceso de luz y color no nos permite escuchar. Escuchemos ahora los ruidos de la ciudad; al caer la noche, todos los sonidos se transforman en música.
-...Sí, tiene usted razón, nunca me había percatado de eso. Gracias por sus palabras... ¿Quiere sentarse?
-Será un placer. Ahora cerremos los ojos y respiremos hondo.

Balún se sentó junto a ella, que seguía las instrucciones con interés y poco a poco su rostro empezó a mostrar satisfacción.

-Ahora usted y el mundo son uno solo, unidos por los latidos del mismo corazón.

Mientras ella respiraba concentrada, Balún le tomó una mano, pasándole el calor de sus palmas.

-¡No, las manos no! A nadie le permito que me las toque. Separó sus manos bruscamente, rompiendo con el codo la copa de coñac.
-Nunca nadie ha tocado mis manos, confesó llorosa y continuó. Por eso acabo de terminar con mi novia. Ella quería quitarme los guantes y eso no le permito ni a mi madre.
-Solo quería ayudarla, para que se sienta mejor.
-Gracias, pero discúlpeme. Quizás usted me pueda entender. En mis manos guardo el único pudor que me queda. Han fotografiado y usado mi cuerpo muchas veces y nunca he aceptado, por ninguna suma de dinero, que me fotografíen las manos. Es lo único puro que queda de mí.
-La entiendo.

Monique agarró otro cigarrillo que Balún encendió gentil.

-Claro que esta actitud me ha traído muchos problemas en la vida, sobre todo en el amor. Ha sido la razón para que todos los hombres que quise me hayan dejado. Últimamente he estado experimentando con mujeres, porque nosotras somos más pacientes y sabemos querernos como hermanas, pero igual, usted ya vio lo que acaba de ocurrir con mi novia.

Se acercó la mesera y limpió los vidrios rotos. Monique pidió otra copa de coñac y Balún su segundo café doble.

-¿Enciendo la vela?, preguntó la mesera.
-No, gracias, esta noche preferimos la oscuridad, respondió Monique.
-Hoy estás muy triste, dijo la mesera.
-Triste pero en buena compañía.
-¡Ah!, con Balún una nunca se aburre.
-¿Quieres escuchar tu canción favorita?
-Sí, por favor, y mi copa de coñac.

La mesera colocó un disco de acetato y empezó a sonar "Bohemia de París", de Charles Aznavour.

Monique y Balún fumaban en silencio, ella lo miraba con gestos de grata sorpresa, él disimulaba el deseo de descubrirle las manos, haciendo lentas bocanadas de humo que dibujaban la letra M y se suspendían en el techo hasta desvanecerse.

-Nunca nadie había dibujado mi nombre con el aliento.
-Yo nunca lo había hecho para nadie. Debe ser la oscuridad que me pone creativo.
-Siempre tuve miedo a la oscuridad y al silencio. A pesar de que vivo sola siempre estoy hablando con alguien, por teléfono, escuchando música o viendo televisión. Antes tenía un loro que compré en el Perú, pero se enfermó y murió. Hablaba en español y yo no le entendía. Siempre repetía la misma frase: "quiero volver a casa, quiero volver a casa"; después una amiga me tradujo la frase. Si yo lo hubiese entendido desde un principio, lo habría devuelto a su lugar de origen, pero fue demasiado tarde... Pobre mi lorito, todavía hay noches que sueño con él.

Balún escuchaba con los ojos cerrados el monólogo, le impresionaba el tono desconsolado con el que siempre hablaba; como si una lágrima le rodara por la lengua en cada palabra.

Monique solo callaba para levantar la copa y beber. Tomaba sorbos cortos y contínuos. En menos de una hora ya iba por el cuarto trago.

-Después compré un perrito, pero el novio que tenía no lo soportaba. Tuve que decidirme entre mi novio y mi perro, y lógicamente me decidí por mi novio. Yo lo quería demasiado y nos ibamos a casar, pero una semana antes me dejó, porque quería ver mis manos primero. Y eso de ninguna manera yo lo podía aceptar. Incluso le ofrecí mostrárselas en la luna de miel, pero él no pudo esperar. Así son los hombres de desesperados.

Balún pidió otro café y armó un cigarrillo que ofreció a Monique. Ella lo encendió y siguió hablando, después de toser un par de veces.

-Para mí ha sido muy difícil encontrar el amor, no sé si por culpa de mis manos o de mis nervios. Pero todas las personas que he amado, cuando llegamos al tema de las manos se han desencantado.

Creo que debo  resignarme a la soledad, porque lo más seguro es que nunca encuentre alguien que me acepte como soy...

-Yo nací resignado a la soledad, me gustan las mujeres bellas aunque su presencia real me inutiliza. Solo sé querer a la distancia, por medio de revistas o de cartas, pero mis palabras se desvanecen ante la llegada de la pasión.Consumo mi energía cargando pesadas piedras y he aprendido a ser un esclavo feliz, cuando al principio pensé que no podría resistir. Además creo que en unos años más, habré ahorrado lo suficiente para comprar mi libertad.

Monique lo escuchaba sorprendida, mojó los labios de coñac y continuó.

-Yo tampoco elegí esta vida, mi madre fue modelo y mi padre fotógrafo. Desde que nací estoy posando y no conozco otra desgracia que no sea el éxito. Ni la heroína que en un principio me distendía, ahora me ayuda. Solo el alcohol, a ratos, me permite desahogarme y olvidar mis manos por un momento. Yo también me siento esclava de la felicidad, pero no tengo otra elección, porque no sé hacer más que posar ante las cámaras, que son mi espejo. Por eso en mi casa no tengo espejos, porque los espejos me aterran igual que la soledad y el silencio.

-Yo en cambio disfruto de la soledad y el silencio, porque aunque me entristecen, son los únicos espacios de libertad que me quedan dentro del armario en el que vivo.
-A tí lo que te hace falta es una noche de sexo.
-De tanto ver revistas ya no tengo erección.
-¿Es un desafío o una broma?
-Quizás sean las dos cosas.

Monique levantó su trago y le sirvió en la boca a Balún, provocativamente, luego bebió un sorbo y soltó la copa que se reventó en el piso.

-Oh, lo siento, es que ya me estoy poniendo borracha. Será mejor que me vaya a dormir.

La mesera se acercó y recogió los vidrios. Monique pagó sus tragos con una tarjeta de crédito y se levantó ayudada por Balún.

-¿Me puedes acompañar a mi casa, por favor? Es que me siento mareada.

Balún, sin responder con palabras, la sujetó de un brazo y juntos salieron del bar hacia una calle angosta, amurallada por torres de cristal.

En la puerta del edificio Balún intentó despedirse, pero ella le pidió que por favor la acompañase hasta el departamento porque no se podía sostener sola.

Ascendieron velozmente por el elevador, hasta el piso ochenta. Monique entregó su bolso al esclavo, para que bucara las llaves y abriera la puerta. El momento en que Balún giró la cerradura, ella lo empujó hacia adentro, soltando una risotada.

-Vamos a beber algo más, tu eres un hombre diferente a todos los que he conocido.
-No es seguro de que en realidad yo sea un hombre.
-Tu inseguridad me produce confianza y me exita.

Destapó una botella de champán y sirvió en dos copas celestes. Balún se sentó en un sofá blanco que estaba en el centro de la sala, junto a una mesa de vidrio negro. Aparte del tocadiscos y de esos muebles, el resto de la sala estaba vacía. A través de la pared transparente se veían las estrellas adormecidas tras la urna de cristal.

Monique se sentó trepando una pierna sobre Balún; chocaron las copas y bebieron. A pesar de la excitación de la modelo, el esclavo se mantenía sereno; esperaba el momento propicio para descubrir el misterio de sus manos. Monique se levantó de un salto, colocó el mismo disco de Charles Aznavour y empezó a sonar su canción favorita.

Comenzó a moverse al ritmo lento de la música, derramando gotas de champán sobre sus senos, luego se quitó los zapatos y las ligas. Bailaba con la copa sostenida en una mano y con la otra se iba desprendiendo de la ropa, con movimientos sutiles. Voló una blusa de seda, después un corsé y una minifalda de plástico. Hizo un giro de ciento ochenta grados y perdiendo el control de sus piernas cayó al piso con la copa en la mano. La mujer gritó al ver la sangre que fluía del guante blanco con un pedazo de vidrio incrustado en la palma. Balún le ayudó a levantarse y la condujo al lavamanos del baño. Abrió la llave y extrajo el vidrio sin quitarle el guante. Monique, enmudecida ante el delta rojo que escapaba de su mano, perdió el conocimiento.

Entonces Balún, cargándola en sus brazos la acostó sobre el sofá. De la mano dormida escapaban lentas gotas de sangre; el joven, respirando a fondo, le quitó el guante y encontró que la palma de la mano carecía de líneas y montes, era plana y pulida como un espejo nuevo. Únicamente la herida fresca se extendía horizontal, reemplazando a la línea ausente del corazón. Balún le desnudó la mano siguiente y al igual que la primera, carecía de trazos.

El esclavo sintió una corriente fría en la nuca, al mismo tiempo el calor de las gotas que caían sobre el piso dibujando una estrella. Esta sensación escalofriante le despertó un deseo nunca antes experimentado...

Con el mismo pedazo de vidrio punzante, le trazó un hermoso y prometedor mapa vital, en cada una de las manos, mientras Monique soñaba que era amada.

Al día siguiente, la modelo descubrió las líneas frescas en sus palmas. Con una dicha incomparable, desprovista de guantes, volvió al bar "Líos" en busca de Balún, segura de que había encontrado el amor imposible... Pero el esclavo hasta el invierno de hoy no ha regresado...


viernes, 9 de septiembre de 2011

Publicada en la revista El Búho

SEPTIEMBRE 11

Nueva York, edificio que se derrumba. Algunos músicos-albañiles continúan en los andamios. Desde los escombros se escucha la agonía de un son… bajo un cielo colonizador, dentro de una nube infinita.

ANTES
Ya en los años noventa, “era” del alcalde Giulliani, el proyecto para convertir a Manhattan en una isla de ricos, turistas y famosos había cobrado cuerpo. La estrategia de desalojo de los miles de HOMELESS que deambulaban por las calles y parques de la isla era evidente. Se prohibió no solamente acampar en los espacios verdes, sino también dormir en la vía pública e incluso hacer una siesta bajo un árbol del TOMPKIN SQUARE, en cualquier tarde sofocante. Los basureros y las ratas del Village empezaron a florecer como nunca. Los recicladores con sus coches de supermercado habían disminuido, en una isla llena de restaurantes y bares, donde la mitad de lo que se consume se arroja a la basura. Esta medida de “limpieza” radical la sustentaba el republicano alcalde, con el argumento de que existían los famosos SHELTERS en los cuales el indigente podía encontrar una cama limpia con ducha, bajo un estricto horario militar, al levantarse y acostarse, con salones de terapia colectiva, donde los invitados tenían derecho a leer, pintar, tomando cafecito con azúcar bajo en calorías, dividiendo el día entre dos misas cantadas, dirigidas por un ex convicto.

Para quienes vivimos en Manhattan, no es difícil darnos cuenta de que la mayoría de los HOMELESS neoyorkinos son seres rebeldes. Entre ellos es fácil encontrarse con poetas, filósofos, pintores, músicos, héroes de Vietnam y de la Guerra del Golfo. Deportistas que pisaron el podium de la gloria y fueron arrojados sin pena ni gloria, cuando su imagen ya no servía a los comerciales de GATORADE; hoy sus rostros deambulan adornados por la mueca de una Marilyn desgraciada.

Seres que en su mayoría invierten el cheque mensual del WELFARE, en alcohol, heroína y crack, para celebrar la derrota en un rito de cotidiana consumación, placentero pero más doloroso, convirtiéndose así en otra forma de resistencia a través de la agonía… Firmes con la pipa de vidrio, la aguja y la botella, hasta el último desaliento.

También desalojaron a las prostitutas de las esquinas, cerraron los SEX-SHOPS de la Octava Avenida, para que los turistas y la “conservadora” sociedad neoyorkina no se vean acosados por los consoladores a pilas o las muñecas orgásmicas. Al mismo tiempo que los anuncios de chicas de compañía se multiplicaban en los medios. Ahora sí, las prostitutas integradas al sistema tendrían que pagar los impuestos, aunque la ciudad pierda parte de su encanto. Imagino al poeta ebrio gritando en una esquina: -¡Ciudad sin putas, ciudad sin alma!

Paralelamente se intensifica el acoso y desalojo de los proyectos habitacionales para afroamericanos y latinos, en su mayoría newyoricans y dominicanos. Arrojarlos hacia el Bronx o a las profundidades de Brooklyn es la consigna.

Con la “blanquinización” del Harlem bajo el pretexto de restaurar el histórico barrio, subieron los arriendos. Los negros que no pueden pagar la renta, good bay. Su espacio será habitado por una pareja de extranjeros del “primer mundo”.

Al desalojo de los SCUATS (casas tomadas por artistas) del East Village, se suma la destrucción de los jardines comunitarios para ser entregados a compañías constructoras de costosos condominios, sin respetar la labor cultural que cumplen los activistas comunitarios y los jardines, en una isla saturada de contaminante stress. La eliminación del Centro Cultural Clemente Soto Velez, como la extraña muerte de su director ARMANDO PÉREZ, son una de las ofrendas” más nefastas del héroe ex alcalde para los  habitantes de la llamada “capital del mundo”.

SEPTIEMBRE
En el otoño del dos mil uno, me dediqué a restaurar la escalera de incendios de SERENITY, un viejo SCUAT que todavía no había sido desalojado. De quince edificios recuperados y restaurados por los activistas comunitarios, nueve fueron transformados en lujosos condominios, ahora habitados por artistas de éxito comercial y hombres de negocios. Hasta la fecha solamente un SCUAT (UMBRELLA HOUSE), ha sido legalizado con bombos y platillos, porque sus ocupantes se comprometieron a no usar más el espacio en actividades culturales de corte político, yéndose en contra de los principios básicos del SCUAT, que siempre fue escenario para debates, donde se cultivaban las ideas de la resistencia y los libros críticos de Chomsky circulaban de manos en mano. La sección cultural del New York Times, le dedicó una página a SUPER CAT, jefe vitalicio de UMBRELLA HOUSE, celebrando con el fotógrafo MANOCORTITA, la legalización del edificio de la avenida C. Ahora tendrían calefacción y sería cada habitante dueño de su departamento, en un barrio de alta plusvalía como es el East Village.

La noche del 9 , un reportero de Caracol-Televisión de Colombia, me entrevistó, junto a la actriz bogotana Flora Martínez que actuó en mi cortometraje Iramuda, en la terraza de SERENITY, con el fondo del Down town, desde donde las torres gemelas iluminaban la noche como dos faros de riqueza inalcanzable para la mayoría.

Y como a menudo lo que se piensa, se dice o se hace, está conectado directa o indirectamente en el laberinto del destino, ya con media botella de Jack Daniels adentro señalé a las torres y exclamé: -Allí yace el tesoro de los Incas: ¡Indios de todo el mundo, venid a rescatarlo! Después me contó una amiga colombiana que esta parte de la entrevista, como es obvio, había sido borrada.

En la mañana del 11, al abrir mi ventana en medio de la inmensidad de un cielo desprovisto de nubes, descubrí la primera torre ardiendo. El humo ascendía al cielo reemplazando a las nubes ausentes; un helicóptero sobrevolaba los edificios. Salí a la escalera de incendios atónito, con la duda de que podía ser un accidente. En el piso inferior un anarquista tembloroso grababa el suceso con una miniDV, y en el piso superior  un indio norteamericano que en esos días visitaba el SCUAT, contemplaba sonriente la escena. En pocos segundos, a través de la humareda que envolvía las torres ingresó el segundo avión y haciendo una curva se incrustó en la otra torre. Ahora sí era evidente que se trataba de “un accidente provocado”. El helicóptero desapareció del horizonte. El SIUX sobre mi cabeza lanzó un grito prolongado de júbilo que hizo vibrar las ventana del edificio, el anarquista seguía aferrado a la cámara poseído por el temblor incontrolable de su ser. Me volví a introducir por  la ventana, preguntándome aún si sería posible que esto sucediera. Salí a la calle en busca de información y ya en Astor Place me encontré con la marea humana que subía del Down town por Lafayette. En la puerta de la galería DI LORENZO, estaba Luca el propietario, con su empleado Fady, cristiano de origen libanés. Luca exclamó: -Esto no me sorprende porque nosotros hemos hecho cosas peores a otros países.

Fady con la lengua hecha un nudo hablaba por el celular con su familia, conociendo ya  que el atentado había sido cometido por árabes.

Manhattan, isla habitada por gente de todos los continentes, en su mayoría jóvenes, de ilegales que trabajan, muchos de ellos desilusionados del  “sueño americano” pero que no opinan en voz alta por temor, y más aún en medio de tal drama histórico, lucía conmocionada. Ruidos de sirenas de ambulancias y de bomberos, gritos de ancianas.  Miradas acusatorias de policías. Hordas humanas caminando desde el sur hacia el norte de la isla, de prisa pero en silencio, tratando de digerir en su interior lo sucedido, mientras las torres se desplomaban levantando un hongo de polvo de corte apocalíptico, que recordaba al de HIROSHIMA. En algunas miradas se notaba satisfacción. En otras rabia y terror, sobre todo en las personas mayores de origen anglosajón, al igual que en la mayoría de los policías.

El Dow town fue acordonado. La gente, desde las calles, ventanas y terrazas, contemplaba perpleja cómo el hongo de polvo cubría el espacio, creando una sólida nube de asbesto que perduraría por largos días sobre el cielo hace poco tan azul y profundo. Las salidas y entradas de la isla empezaron a ser controladas como en una prisión. Requisa para entrar, requisa para salir. Se suspendieron las actividades hasta nueva orden. Mi cortometraje Iramuda, que iba a ser estrenado el 12 de septiembre en el Antology Film Archives, tuvo que esperar hasta finales de noviembre. El East Village, barrio de artistas e intelectuales, lucía silencioso. La gente en el parque no hablaba. El otrora conversador vecindario, se miraba para adentro en profundo ensimismamiento.

Los ajedrecistas analizaban la situación y casi a todos invadía un sentimiento contradictorio. Alegría por el derrumbe de un símbolo de dominación humana y al mismo tiempo dolor por la muerte de miles de gentes, en su mayoría inmigrantes pobres de nuestros países. Krzytof el polaco, reflexionó con tono irónico: -“Los “americanos” perdieron dos torres llenas de peones ajenos, pero se ganaron todas las torres del GOLFO llenas de petróleo, ajeno también. Los peloteros del TOMPKIN SQUARE, esa tarde jugamos con un balón de fútbol negro, a la misma hora que el ya ex alcalde Giulliani, ansioso de protagonismo, dirigía las tareas de rescate desde una montaña de escombros, acompañado del presidente Bush que prometía venganza a los cuatro vientos.

Los días y meses posteriores fueron de luto, de velas encendidas en las esquinas, de ciudadanos enmascarados para protegerse del asbesto que inundaba el aire, de besos y cópula silenciosos pero fértiles. Tanto es así que el índice de embarazos aumentó notoriamente.

DESPUÉS
El recién estrenado alcalde Bloomberg, haciendo honor a la nueva política de seguridad nacional, fortaleció prohibiciones, como no sentarse en las escaleras de las estaciones del metro o en cualquier parte de la vía pública. Una latina embarazada, fue arrestada por ponerse a descansar sobre las gradas de una estación mientras esperaba el tren. El que escribe, se encontraba parado en una esquina, siguiendo el curso de una mosca que viajaba por Houston y la Primera, cuando un policía de origen latino, se le acercó y le preguntó:-¿En qué le puedo ayudar?, con tono indagador. Otro vecino portorriqueño fue arrestado por sentarse en la acera frente a su casa, sobre una caja de cervezas vacías. Si bien en los tiempos de Giulliani el beber en la calle era castigado con multa, ahora con el sucesor, se sanciona con varios días de prisión y el pago de una fianza. Se duplicaron las multas para los malos estacionamientos. Se prohibió pitar y se prohibió fumar en los bares. Ahora las calles huelen a tabaco y para algunos no fumadores ciertas aceras resultan intransitables. Orinar en la calle, si antes también era penado con multa, en la actualidad se castiga con prisión y el pago de la consiguiente fianza, que multiplica diez veces o más el precio de la anterior multa, dependiendo del estado anímico del juez. Todo esto en una ciudad donde prácticamente no existen baños públicos y las distancias que recorren a diario los trabajadores son de tumultuosas horas. Es decir, se crearon nuevos delitos para robustecer las arcas municipales y al mismo tiempo fortalecer la industria penitenciaria que es de las más prósperas del país.  

En nombre de una llamada política de austeridad fueron sacrificados bomberos que participaron  en el rescate de las víctimas del atentando de septiembre, sin el más mínimo respeto al verdadero héroe, mientras en la Octava Avenida se levantaba un monumento a los bomberos muertos en las Torres Gemelas, para que los sobrevivientes despedidos vayan a poner flores a sus camaradas caídos, ante las cámaras de los turistas.

La paranoia colectiva se apoderó  del día y la noche neoyorkinos. El escribiente una tarde de verano del 2002, se encontraba en el TOMPKIN SQUARE PARK sentado bajo el olmo donde Brasbupadha al llegar a Nueva York iluminaba a sus primeros discípulos. El escribiente releía a Antonin Artaud, y luego de una imagen que le provocó el estallido de algunas neuronas, cerró los ojos para contemplar tal espectáculo, semejante a la explosión de un big-bang interno. No pasaron cinco segundos, cuando sintió un  golpe en uno de sus hombros, acompañado de una orden:- ¡Levántese,  es prohibido dormir en espacios públicos!

El joven lector sorprendido e indignado, increpó: -Solamente he cerrado los ojos. Muéstreme el decreto que dice que es prohibido unir los párpados. Apareció de inmediato otro policía de nutrido bigote y contextura gruesa, quien con voz marcial remató: -Si quiere conocer la ley vaya a la Biblioteca Pública, la policía sólo la ejecuta. En ese momento Bam Path, el tibetano-vietnamita que había estado siguiendo la escena desde un asiento del frente, me hizo un pase largo con el balón. Levanté la pelota y me puse a hacer cascaritas con la cabeza hasta que los policías aburridos porque no se me caía la bola, se fueron refunfuñando.

Al atardecer, ingresé a la biblioteca de la calle Diez. De la sección de literatura en español, habían desaparecido los libros de Borges, Lezama Lima, los poemarios de Lorca, y en su lugar fueron colocados libros de autoayuda y de cómo obtener éxito en los negocios. Pasé a la sección de lengua rusa, y allí brillaban los libros de Dale Carnegie y Paulo Coelho. Luego, hablando con el bibliotecario me enteré que habían reducido el presupuesto a las Bibliotecas Públicas y que además les estaban obligando a hacer un seguimiento del tipo de literatura que interesaba a cada uno de los lectores. Busqué la nueva Ley Penal y en efecto encontré un literal que decía que era prohibido dormir en espacios públicos, pero en ninguna parte se especificaba que era ilegal cerrar los ojos.

Cruzando otra vez el parque cuando las luciérnagas despertaban, dije para mí: -Nueva York, ciudad donde cerrar los ojos está prohibido porque los sueños no pagan los impuestos.

Esta mañana, mientras escribía en mi cuaderno humedecido por la lluvia, bajo una sombrilla del SIDEWALK CAFÉ, se me acercó Helena de Bengala, desplazándose en sus patines azules. Llevaba su trenza larga, envuelta en el cuello como una serpiente y en las manos, una muñeca con los dedos quemados. Helena es pintora hiperrealista y vive 11 años en la calle, retratando escenas cotidianas con su pincel de aguja. Por las noches duerme bajo los majestuosos puentes. Helena comenta: -Creo que para liberar a Nueva York de la extrema derecha, sería necesario que se haga autónoma y dependa de la ONU. Así sería una auténtica capital del mundo, donde interactúen todas las etnias y culturas con tolerancia y armonía.

Apareció Diogenescu, el gigante barbado, y empezó su discurso en la esquina: -No comprendo por qué los países que sufrieron víctimas en el atentado, no han presentado una demanda contra el gobierno de  este país, ante los organismos competentes, tomando en cuenta las investigaciones de las agencias de seguridad. Las autoridades estaban al tanto de que se iban a producir ataques terroristas y no dieron la menor importancia a tan grave advertencia, convirtiéndose de esta manera en cómplices.

Reflexioné para mí: -Pero, ¿quién maneja la ONU y demás organismos competentes...?

Helena de Bengala y Diogenescu se introdujeron en el parque, cuando mi mano escribía:
‹‹Hay seres que se atrincheran en la locura para gritar sus verdades››.