sábado, 19 de febrero de 2011

ENTRE EL HUMO DE URUBÚES

Publicado en el número 4 de la revista “Contexto”.

Amanecer en Sao Paulo, una mañana gris y humeante, sin el despertador del gallo o el trino de un pájaro. Los motores de una factoría roncan lejanos y los niños de la rúa Augusta duermen despiertos, abrazados a cartones fríos del final de invierno. Las garotas de las esquinas ya se han ido. El crack atiza el insomnio de los imberbes fumadores de la avenida Paulista, de edificios grises, de cielo y veredas grises disueltos por el humo, en el que apenas distingo a mi sombra.

Vuelvo al Augusta Palace, debo dormir, en la tarde estrenan mi película en el Museo da Imagen e do Som. Se celebra el Festival Internacional de Cortometrajes de Sao Paulo; fiesta no competitiva en la que participan más de doscientas películas representando a cincuenta y dos países, de los cinco continentes vivos.

Llego un poco atrasado, en el hall, la directora del festival, Zita Carvalosha, me recibe con una sonrisa cómplice, igualmente, algunos directores paulistas me abrazan con aliento a cerveza; una pareja bien peinada me mira con recelo y comenta en voz baja sobre mis zapatos humeantes.

Estamos en el bar del museo. La cachaza y la pinga encienden la noche. Damián Quevedo, con el pucho de un parisién porteño entre los dientes le reclama a uno de los guías del festival, por hablarnos a los latinos en inglés. El hombre se retira sin responder y desde aquella noche sólo guiará a los directores angloparlantes. Nosotros agradecemos la gentileza y abordamos la ciudad con nuestro olfato melancólico sediento de alegría.

Hay rumba en el bar Soweto, somos los únicos blancos. Las negras y los negros se contorsionan  lentamente al ritmo de Alfa Blondy y Damián se deja absorber  por la oscura y sudorosa marea. Yo estoy en la barra hablando con la barwoman,  de los colores nocturnos y sus olores claros y profundos, entre caipiriñas que ella derrama por mis  labios, imantando nuestras lenguas durante la  noche de rayos.

Despierto solo a las riberas del río Tieté y en el borroso espejo de las aguas quietas, distingo besos violetas mordiéndome las venas… La basura de las orillas es sintética, una familia raquítica de urubúes agoniza, y desde el cielo un urubú suicida se estrella sobre su propio reflejo, de agua espesa y fría.

Signos apocalípticos alumbran Sao Paulo. Ciudad sin perros ni gatos. Sin trinos diurnos ni nocturnos. Sólo un gallinazo cual cóndor exiliado busca carroña en las nubes. Es tétrico el silencio que envuelve la noche y el oxígeno huele a fuego, pero brillan las sonrisas de sus elegantes ejecutivos y sus íconos mendigos, compartiendo las aceras al coro del “tudu ben”. La miseria y la riqueza pasean de la mano en un cotidiano encantamiento entre  “el bien y el mal”. Las garotas agitadas suben al viejo tranvía del centro, perfumando mi paseo de cincuenta centavos de real. Leo el periódico, me entero que la mitad  de los  presos de una cárcel están con SIDA y que ya no hay lugar ni  para un enano. A los ladrones de turno los mantienen esposados en las gradas, para después liberarlos vivos o muertos. El centro de Sao Paulo semeja una cárcel, una cárcel sin candados ni rejas. Las veredas y los parques son sus celdas y los celadores, montando caballos de paso, despiertan a golpe de tolete a los durmientes en los parterres de las calles que bordean la Estación Central. Se inicia la requisa diurna, mientras dos monjas cruzan indiferentes y un grupo de niños va de prisa rumbo a la escuela.

Volvamos al festival, o a un carnaval de cine, donde la  trivialidad de contenidos se enmascaró con el efectismo de las formas visuales y sonoras, en pequeñas parodias de la tragicomedia del miedo con la que se manipula el subconsciente de la sociedad mundial. Festival del cine caos, sin perspectiva, sin poesía ni profundo dolor. Cineastas cómodos,  muchos  “hijos de papá famoso”, en su mayoría de Río de Janeiro, algunos de Europa y Norteamérica. Incapaces de pintar una película con el color de su propia sangre, de esculpirla con el temblor de sus propios dedos, de sonorizarla con los latidos de su propio corazón. Aplaudimos el derroche tecnológico de los países computarizados, que justificando la alienación ante el dios máquina pretenden dotarlo de un espíritu sintético e insípido. En definitiva, celebramos la ausencia del espíritu estético y el derroche del mal gusto sintético, porque las lágrimas y los besos de las máquinas son más fríos que la sangre de las estatuas, y aunque encandilen el horizonte de lujuria, solo dejan huecos en el corazón de los niños. Y el miedo a profundizar de la mayoría de producciones del cine brasileño actual está minando su propio desarrollo. Hago un brindis por Glauber Rocha y coloco una flor empapada de ron en su olvidada tumba… Aunque también se proyectan en mi memoria desconsolada, el  documental sensorial, “Me Dicen Yovo”, del peruano Alejandro Ramírez, con su cámara viajera por los poblados semidesérticos de Benin, inflamando la pantalla con canciones sudorosas en la sequía, ahondando el blanco y negro con preguntas inquietantes sobre su identidad y la angustia de la naturaleza humana. “El “Hombre de Negocios”, cortometraje azerbaijano, dirigido por Aydin Dadashov, parábola metafórica sobre un mendigo que se vuelve  millonario y trata a través de las religiones en conflicto darle sentido a su existencia, hasta ser vencido por sí mismo en el cuadrilátero de un hospital psiquiátrico. También me pareció admirable la muestra de los cortos en animación 3D del japonés Hideo Nakazawa, pionero del Hi Vision, formato predecesor de la alta definición, desafiando al veloz momento tecnológico por medios infoelectrónicos. Nakazawa nos ofrece un universo temático y estilístico propios con hondas preocupaciones humanas, superando el efectismo que pretende imponerse, explotando su espíritu de samurai implosivo. Me atrevo a sugerir cortos de su autoría como: ”Diez Segundos Después”, “La Broca y la Pared” y  “The  Master Food”.

La noche suda frío y mi dinero se acaba. Empeño mi sombra por un vaso de cachaza y un niño que despierta le dispara. Mi sangre se hace una con la tierra vermelha y mi alma embriagada y aún lagrimeante despega del aeropuerto de Guarulhos…