domingo, 14 de agosto de 2011

HABITANTES DE SU PROPIO MITO

Entregada hace varios meses a la  revista "El Búho". 

Son los pájaros volando nuestros sueños que caminan y nosotros caminando, los sueños de las aves divididos por el rayo...
                        
A  Reina de Valdivia
A Manolo Montes
A Ramoncito Borja
A “Poter” Garcés, etc…

MEMORIAS DEL JOVEN COMETA

Desde enero, que es el lunes más largo del año, recuerda, a través del oscuro corredor que transita, al ritmo del cuenta gotas de ese suero que intenta enfriar  su sangre…

Era la tercera vez que repetía cuarto curso en el INDO. Por primera ocasión no había desertado a mediados del año lectivo. Se celebraban los exámenes finales, y El Cometa no quería que el año se acabe. El colegio era el laboratorio de sus travesuras adolescentes, por eso en vacaciones se sentía solo, sin sus amigos cómplices de los juegos audaces…

Era lunes, y desde un teléfono público llamó al inspector, con voz medio-ahogada, para comunicarle que había puesto una bomba en el rectorado y que solo sería desactivada si se  postergaban los exámenes por un mes, porque realmente muy pocos se habían preparado. El año había transcurrido entre fugas masivas hacia el Valle de los Hongos y ausencias constantes de los profesores que, contagiados por las escapadas de los alumnos, también empezaron a faltar. El momento de cerrar el teléfono, cruzó por delante de la cabina El Triquitraca, caminando de prisa  con dirección al colegio.  Llevaba unos papelitos aferrados a la mano, con la que lo saludó.

El colegio fue desalojado, y al día siguiente lo delató El Triqui, que era el campeón de la letra milimétrica. A los exámenes iba forrado de “pollas” con todas las respuestas, ante los bostezos de la mayoría de los docentes. Era comprensible, pues El Triquitraca quería graduarse pronto, soñaba con ser Presidente, para según él legalizar el consumo de drogas.  Incluso ya había enviado un par de cartas a Febres Cordero en nombre de los pobres marihuaneros honrados, explicando que estos nada tenían que ver con los fumones-ladrones que acechaban en las calles.

Cometa fue expulsado y al llegar a casa sus padres le dieron dos alternativas: el manicomio, o  la indigencia. Prefirió la segunda;  por la noche agarró su almohada y se fue al “Parque Que Ya No Existe”, a ofrecerle sahumerios al frío, a viajar en su almohada de plumas…

Despertó en una habitación oscura. Frente a la cama de hierro había una puerta con barrotes. Primero pensó que estaba en la cárcel, luego, junto a la cama palpó un timbre. Quiso gritar pero la lengua le pesaba. Levantó la mano con gran esfuerzo y  aplastó el botón. Al instante ingresó a la habitación Sor Canela, guiando una silla de ruedas vacía. Trató de insultarla pero no fluían sus palabras. Intentó levantarse para escapar pero el cuerpo no respondía a su voluntad e indignación. Después descubrió que le habían aplicado Sinogán, “el amansa bestias”. La religiosa lo ayudó a  sentarse en la silla y mientras atravesaban el corredor rumbo a la habitación, iba dándole las instrucciones, para cumplir a cabalidad el tratamiento que le habían preparado unos doctores que todavía no lo conocían. Acostado y retorciéndose en posición fetal, pudo descubrir a Joselito, sobre una banca metálica al final del corredor. Era el hospital Psiquiátrico Sagrado Corazón, que le abría sus puertas interiores.

Cuando el sol abandonaba la pequeña claraboya enrejada de su nuevo aposento, empezaron a sonar las  campanas distorsionadas de una iglesia… El joven Cometa volvió a quedarse dormido.

EL DESAYUNO
A las siete am., los despertaba la enfermera de turno acompañada del enfermero guardaespaldas. A las siete y media volvían, para revisar si las habitaciones estaban en orden: piso limpio, cama arreglada, paciente bañado y peinado. Después eran conducidos al comedor, donde se servían el desayuno junto con los sedantes y demás medicinas. Sor Canela les hacía abrir la boca y exploraba con una paleta debajo de la lengua para asegurarse de que los dementes no escondieran las pastillas recetadas.

JOSELITO
En el primer desayuno compartieron la mesa con Joselito que no paraba de temblar, El Ojón, quien entre sorbo y sorbo de avena tenía que chirriar los dientes, y El Matemático, que ante la falta de cigarrillos se comía las uñas amarillentas.

Joselito miraba a Cometa, y le sonreía con la timidez que siempre lo había caracterizado; justificaba su temblor repitiendo la frase: —Son las pepas, son las pepas…

Habían sido buenos amigos en Esmeraldas. Además, Cometa lo respetaba mucho porque con él y el ya fallecido Viejo Má, probó su primer bareto, envuelto en papel despacho, de esa hierba mala que se fumaba en la ciudad, de la que por lo menos había que armarse un bareto por mate para ponerse en nota.

Joselito era novio de Jacqueline L., flaca agraciada y de familia acomodada, que pasando de un día a otro subió al altar de la mano de un capitán de la policía recién llegado a la ciudad, ante la sorpresa de todos. De ahí que la gente dijera que se había vuelto loco por amor; o por lo menos, que la llamada traición fue el detonante.

Joselito se refugió en la Biblia, se dejó crecer el pelo y la barba, también abandonó el calzado. Caminaba hasta el rompeolas del puerto, y pasaba bajo el faro, entregado a la lectura. Después empezó a pedir comida por las calles y la gente, incluso algunos “amigos”, empezaron a burlarse de él.  Esta situación lo motivó a  alejarse más de la ciudad. Pernoctaba entre las ramas de un árbol de mango, en la floresta que envolvía al puente colgante de San Mateo. Los campesinos del pueblo hablaban de un hombre mono que volaba desnudo de rama en rama, pero que era inofensivo. 

La última vez que El Cometa lo vio, antes del reencuentro en  el hospital, fue aquella tarde en la que iba rumbo al aeropuerto de Tachina para viajar a Quito, a estudiar como interno en el Colegio Militar, de donde después de tres meses desertaría. Joselito, caminaba desnudo sobre una baranda del puente, cual equilibrista. Llevaba una Biblia, carcomida por la angustia,  colgada del cuello con una soga.

EL MATEMÁTICO
El Matemático había sido el mejor egresado en Física Pura de la Politécnica Nacional, por lo que ganó una beca para hacer un postgrado en Munich. De viaje a la Selva Negra, con algunos compañeros de clase descubrió el LSD. Y desde ese día su relación con la naturaleza y consigo mismo cambió radicalmente. Sus cálculos y medidas del tiempo y del espacio lo condujeron según él, a un agujero negro a través del cual se podía transportar a donde quisiera, sin necesidad de naves, tan solamente viajando en el humo de sus cigarrillos. Declaró que no estaba dispuesto a transar su descubrimiento y libertad por ningún título o estudios científicos racionalistas. Las autoridades universitarias lo repatriaron dopado y sus familiares, aterrados al no poder reconocer y aún peor entender al Matemático, de inmediato lo llevaron al manicomio.

EL OJÓN
Era un campesino mestizo de la provincia de Bolívar. Decía que sus padres lo habían abandonado en casa de una tía, porque nunca lloraba. Que el momento de nacer, en vez de llorar chirrió las encías. Y que siempre dormía con los ojos abiertos. Nunca aceptó la leche materna, mientras crecía sólo toleraba el agua de los charcos y la tierra del lodazal.

Por más que su tía había intentado enseñarle a usar la vajilla, él seguía comiendo con las manos y antes de ingresar al hospital, vomitaba todos los alimentos que no eran crudos. Contaba con orgullo, que con la ayuda de Dios, Sor Canelita lo estaba educando. Pues ya podía sentarse a la mesa y  tomar avena cocida, pero eso sí, todavía  comía el segundo con las manos, porque los instrumentos le producían escalofríos en los dientes, que él llamaba relámpagos.

Caminaba con los dedos de las manos tensos como trinches, aunque, cuando entraba en calma,  sus manos parecían cuencos y otras veces cucharas. Pero eso sí, los hombros siempre rígidos y los ojos bien abiertos, sin mirar a ninguna parte, excepto a su interlocutor, cuando hablaba con la voz bonachona de un guaguazo de cuarenta años.

TERAPIA DE GRUPO
El CHINO Y  EL COLORADO
Después del desayuno los pacientes eran conducidos  a un salón rodeado por un ventanal enrejado, desde donde se podía contemplar la cancha de voley y la piscina seca. También se divisaba la cúpula de la iglesia, con su campana oxidada.

En el centro de  la sala había una mesa rectangular, alrededor de la cual se sentaban los pacientes, dirigidos por un joven terapeuta y El Chino, un alcohólico recuperado, que estaba cerca de ser dado de alta, a quien incluso le permitían  salir los fines de semana. El terapeuta y El Chino se sentaban en los dos extremos de la mesa, y la “creativa” terapia grupal consistía en llenar con cuarenta palitos cada caja de la fosforera nacional. Se colocaban  treinta y nueve cerillos de forma horizontal, y el último cruzado. Algunos días, para variar, armaban la malla interior de los cascos de construcción, con un alicate para prensar plástico. A pesar de que la mayoría de pacientes pagaban, los obligaban a trabajar. Cometa entendía  que eran explotados, pero una muralla interior producida por  las drogas le impedía reclamar. Tenía dominada su fuerza de reacción, se sentía con un resignado optimismo, ajeno a su constante actitud rebelde.

En esta sala, Cometa se hizo amigo del Colorado. A él también le gustaba el rock, y en un pequeño radio que cargaba siempre consigo, escuchaban la programación de Radio Musical, de los años ochenta, dirigida por el poeta Ernesto Ribadeneira.

El Colorado vivía en La Gasca. Se le había despertado una esquizofrenia que decían congénita. Un tío suyo fue loco y murió al lanzarse a las ruedas de un bus. También su hermano menor empezaba a demostrar actitudes obsesivas, como por ejemplo, quedarse mirando el televisor con los colores en rojo todo el día, y durante la noche, dormir con el aparato prendido, hasta que empezara la nueva programación.

El Colorado era nervioso, y al mismo tiempo emanaba bondad. Hablaba pausado pero con voz temblorosa. A los pocos días propuso a Cometa, que El Chino, aprovechara sus salidas los fines de semana, para comprarles hierba.

Con la discreción adecuada, El Chino dejaba los lunes por la mañana una tabla de marihuana debajo de la plantilla de un zapato, en la habitación del Cometa. Por las noches, cuando todos dormían, fumaban en la ventana del corredor, que daba a un pequeño bosque de eucaliptos, incendiado de luciérnagas, que armaban llamaradas estrellándose unas contra otras.

Al pasar un mes El Colorado empezó a gritar dormido, y a babearse al hablar. Incluso cuando comía, le temblaban las manos y las piernas. El Cometa, cortó las reuniones con  su amigo, pero siguió fumando solo.

 NARCOANÁLISIS
El doctor FK era un psiquiatra de la vieja guardia. Calvo, de baja estatura, usaba lentes cuadrados, detrás de los cuales se podían ver sus ojos oscuros e impenetrables. Defendía el electroshock y el uso del pentotal, como herramientas para el control emocional y psíquico del paciente. Se jactaba  de haber conocido en los años 50 al doctor Ewen Cameron, quien encabezó el proyecto MK-ULTRA, auspiciado por la CIA, que entre otros fines tenía el de lavar el cerebro del enemigo a través de peligrosos experimentos, como la eliminación de pautas con la aplicación intensiva de terapias electro convulsivas, con LSD u otras drogas de  impulsión psíquica, de aislamiento sensorial parcial y experimentos de sueño prolongado. Incluso el uso de la lobotomía era permitido  “para tales objetivos patrióticos”.

Con estos fines, utilizaron como conejillos de indias a centenares de prostitutas y prisioneros de Vietnam, varios de los cuales murieron. Los sobrevivientes sufrieron daños irreversibles. Algunos casos fueron denunciados en el libro “Las Torturas Mentales de la CIA”,  de Gordon Thomas.

No era de extrañarse que el doctor FK tuviera bajo su control el departamento de psiquiatría del Penal García Moreno. Entre otros tópicos, él comentó a Cometa, el caso de Manolo Montes, joven esmeraldeño apresado por portar un cigarrillo de marihuana. Llevaba casi un año en el penal y su familia, avergonzada por el qué dirán, no lo había visitado nunca.

Fue violado, y en sus intentos por defenderse sufrió la herida y fractura de la muñeca. Estaba asilado en la sección de psiquiatría del Penal, con la herida y los tendones expuestos, apenas envueltos por una venda sucia.

Manolo era hábil con el dibujo. Hacía tatuajes a sus amigos y nunca cobraba un centavo. Sobre todo dibujaba ojos, en cuyos fondos se veían personas ardiendo. El Loco Montes, como lo llaman ahora, al salir de la cárcel arrojó una olla de agua hirviendo a su madre. Después incendió la casa. Hoy duerme sobre las ruinas carbonizadas y en los atardeceres se dedica a quemar tejados. Sus parientes desaparecieron del mapa.

Volviendo al Cometa, el doctor FK le dijo en tono zalamero, que tenía una gran imaginación, digna de estudio. Que lo iba a someter al narcoanálisis, terapia que también serviría para acelerar su recuperación y por lo tanto, el retorno a la libertad.

El Cometa  bordeaba los diecisiete años y no tenía conocimiento de los métodos denunciados anteriormente, menos aún de la llamada “inyección de la verdad” (pentotal sódico), que aplicaban en la segunda guerra y que todavía utilizan algunos países para sacar la información del subconsciente a los detenidos, al tiempo que les mandan órdenes y mensajes, con el fin de controlar sus mentes, o por lo menos, crearles limitaciones, como inseguridades, fobias; básicamente buscando la negación de su propia fe o ideología.

El pentotal es un barbitúrico de rápida acción, que produce una interrupción desde los centros subcorticales hasta la actividad nerviosa superior. Esta interrupción deja la actividad nerviosa superior del sujeto a merced de quien lo está manipulando. Lo que el doctor FK no sabía es que antes de cada sesión de narcoanálisis, El Cometa se fumaba un bareto. De todas maneras, cuando volvió a la playa y encendió su primer trabuco, sintió miedo de sus amadas olas, de las gaviotas que se clavaban en la espuma. No podía  hablar consigo, era un extranjero dentro de si mismo. Además lo habían convertido en enemigo de “su sabia hierba”. Estas sensaciones aumentaron su dependencia del alcohol.

EL TORNEO
Al tercer mes del internamiento de Cometa, se organizaron competencias deportivas; los psiquiatras y enfermeros versus los pacientes.

AJEDREZ
El Matemático llegó a disputar la final con el doctor FK, a quien derrotó aplicándole la estrategia que él denominaba  “mate a la anaconda”, que consistía, en no sacrificar ninguna pieza de su ejército por otra de mayor valía. Creaba un cerco protector, al mismo tiempo que inutilizaba al ejército contrario, haciéndolo caer en la trampa de su propia agresividad. Además, durante el juego hablaba siempre de otros temas, y mientras el contrincante se rascaba la cabeza pensando en una nueva movida, él se dedicaba a recoger colillas de cigarrillos por el piso. Así, el doctor FK fue víctima del mate del Mate-mático, que al inutilizar las piezas contrarias dejaba solamente al Rey con un espacio para moverse, y ahí le daba el jaque mate.

FÚTBOL
La cancha de voley fue adaptada en cancha de indor-fútbol. Se armaron equipos de a cuatro, y partidos divididos en dos tiempos de veinte minutos.

Los pacientes jugaron la final frente al cuarteto formado por el Cocinero Gordo, en el arco, dos enfermeros mastodontes, encargados de aplicar la camisa de fuerza a los pacientes que se revelaban, y el hijo del doctor FK, que también era psiquiatra, recién graduado.

Al equipo en disputa lo conformaban: El Ojón en el arco,  El Cometa en la defensa, en la media El Colorado y adelante Pepe Parra, guayaquileño que había jugado en las divisiones inferiores de Emelec y que estaba bajo tratamiento por su adicción a la base. Pepe pasaba sus días desesperado, porque tenía un kilo de material enterrado en el  jardín de su casa, en Urdesa, y sentía miedo de que el perro lo descubriera.

El Ojón, con  sus manos grandes como cucharones, rechazaba casi todos los remates de los enfermeros. Sólo que en dos ocasiones se cuadró a un costado del arco, bajo un pórtico imaginado por él mismo; de esta manera les metieron los dos goles, uno tras otro. Así finalizó el primer tiempo.

En el segundo período, una combinación a ras de piso entre El Colorado y Pepe Parra, dejó a todos mirando cómo la bola se filtraba por entre las piernas del arquero. Después, El Ojón rechazó un balón mientras miraba al cielo. La pelota se fue a hundir en el fondo del otro arco, formando una ola en la malla.

Pepe Parra, en desborde individual dejó a todo el equipo contrario en el piso y marcó el tres a dos. Faltando unos cinco minutos para el pitazo final, el hijo del doctor FK cobró un tiro libre  desde la mitad del campo. La pelota atravesó la cancha y se escapó tras la pared del hospital. Pepe Parra corrió tras el balón y salto la tapia. Los enfermeros se lanzaron en feroz persecución. El Cometa, debido a los sedantes contemplaba esta escena en cámara lenta. Hasta ahí llegaron el partido y el torneo, porque Pepe Parra no volvió. Además, él, tenía que jugar la final de Ping pong con el joven terapeuta.

LA MISA
Los domingos al atardecer, se celebraba la misa. Los pacientes católicos iban a rezar por su lo-cura, por sus condenas, por sus víctimas y verdugos. Otros acudían a pedir fortaleza para lidiar con el constante rayo que estallaba en sus almas, para que después de la tormenta no vuelva la oscuridad, como un candado cuya llave manejaba el doctor FK, a diestra y siniestra. Había un loco que siempre al final de la misa gritaba: —Sólo los de-mentes somos libres —y una voz desde el interior de la pared le replicaba: —También sois esclavos, pero de Sor Demencia.

Entre los infaltables a la misa, ingresaban otros internos como el señor Correa, repitiendo en voz baja: —Cuchillo mata, cuchillo muere, cuchillo mata, cuchillo muere. El señor Correa, había encontrado a su esposa bajo las sábanas con su mejor amigo. Se vengó de los dos y no pudo lidiar con el trauma. Sus ojos se enterraban cada día más, debajo de sus párpados oscuros.

El cura gordo y de cabeza cuadrada que no se cansaba de repetir, esgrimiendo los brazos, que había que acabar con el mal que domina la mente humana.

La inolvidable Carmen, que se llamaba como la madre del Cometa. Ella sobrevivió a un accidente automovilístico en el que perdió a toda su familia. Lo trataba como a un hijo; le tejía calcetines y gorritos para el frío, de la talla de un recién nacido.

La desdentada Cornelia, que había sido Reina de El Quinche, que nunca se despojaba de su corona, y que sonriente, después de cada misa, levantándose la falda perseguía al Cometa.

Y El Ojón, que gracias a Sor Canelita, en cada misa estaba más cerca de Dios, y que daba la bienvenida desde el campanario, haciendo rechinar las campanas oxidadas.

EL BAILE
Ese sábado por la tarde daban de alta al Cometa. Por la mañana entregaron a todos pijamas nuevos. Los pacientes bajaron al jardín del hospital. ”La cumbia del amor” coqueteaba en el escenario. Dos jóvenes rubias de una organización religiosa manejaban el tocadiscos de acetato. El Matemático no paraba de recoger colillas del piso. El Colorado galanteaba a las gringuitas disjokers. Joselito se atragantaba con una funda de chocolates. El Ojón daba la bienvenida a los invitados con una fuerte palmada en la espalda. Carmen tejía el último calcetín para su hijo adoptivo. El señor Correa refunfuñaba y pedía que lo regresen a su cuarto. Sor Canelita reprendía al súper Ojón, por manotear tan fuerte las espaldas de los invitados de la Escuela  de Sordo Mudos, a esta Gran Fiesta de Reintegración Comunitaria. El doctor FK hablaba con la madre del Cometa, sonriente. Apareció Cornelia e invitó a bailar al recién rehabilitado. Su corona estaba reluciente y en su sonrisa, como un espejismo, le crecían  dientes de leche, después de cincuenta años de frustrados reinados. El doctor FK, entregó un sobre a la madre con el diagnóstico final del paciente. Afuera, su padre y  hermanos lo llamaban desde el viejo Land Rover, pero él, no podía, no podía despedirse… Lo hizo el silencio de sus lágrimas.
                                             
SAINT JOHN OF GOOD
Van a ser las doce y el corredor del pabellón de adicciones sigue oscuro, aquí no dejan entrar  la luz. El suero de complejo B, se acaba. Han pasado más de veinte años y el Cometa recuerda que el corredor del otro hospital era más cálido.

Tiene cita con la psiquiatra. Ella se encuentra en un sillón, los separa el escritorio. Lo fusila a preguntas y anota las respuestas en una libreta. Mientras escribe, no deja de mirarlo de todos los ángulos posibles, con frenético entusiasmo, igual que los retratistas apurados de la vía pública. Pero él, también la está retratando, con un bolígrafo rojo, en la palma de su mano.  Empieza a dibujar ese cuello de cisne, que a Modigliani hubiese enamorado, cuando ella dice que vuelva pasado mañana, interrumpiendo su creación… Por intentar retratar los pensamientos del paciente, no se dio cuenta de que este, le estaba retratando el cuello, sonrojado por la euforia que le producían sus respuestas… Cuando le preguntó que cómo se definía a sí mismo, el Cometa respondió que era el peor de todos los seres que le habían inyectado… Pero también el que más resiste.