viernes, 28 de octubre de 2011

(Del libro “Reo-flexiones”)

Fue el cadáver perfecto, en lugar de gusanos, de inmediato le brotaron luciérnagas…


LA VISITANTE
(Del libro “Cuentos para leer dormido”)

Y yo que no dormía, cuando llegó en la máquina una muerta a hablarme al oído.
Se quejaba de su muerte, me pedía que le ayude con más intimidad de la que hablo conmigo mismo.  Se quejaba y sus mejillas blancas sudaban. Su cabellera negra no había perdido el peinado, crecía envolviéndome las costillas Después como un cometa me jaloneó con fuerza y mientras yo volaba suspendido en sus cabellos, el sótano se infló como un globo hasta romperse…

Ya  en el bosque de nubes afiebradas, regué con mi esperma de perlas su cuerpo. Entonces ella festejó la vida y yo festejé la muerte, celebrando los dos juntos con un trueno la eternidad…

lunes, 10 de octubre de 2011


LA ISLA DE LOS ESPEJOS                               

Publicado en los No 16, 17 de la Revista El Búho

La ciudad era una inmensa bola de cristal que flotaba suspendida desde el fondo del océano por poderosas cadenas. En ella vivían seres ricos y estrafalarios.  Allí se diseñaba la moda para el resto del mundo. Los habitantes se consideraban la metáfora más bella de la creación; y se habían tomado el derecho a decidir si algo era hermoso, o si lo otro era feo.

Las casas eran de vidrio, como también las calles y los carros. Habían encerrado al cielo en una gigantesca urna de cristal que era abierta a ciertas horas del día, permitiendo así el ingreso de pájaros y nubes que después eran subastados entre los comerciantes para decorar las mañanas en los gélidos inviernos.

Eran sus habitantes los seres más bellos y felices. Bellos, porque cultivaban la belleza ante el espejo como un rito cotidiano. Felices, porque desde niños habían aprendido que esa era la felicidad y no conocían otra. Además, sus rostros siempre alegres y gentiles se diferenciaban de los esclavos sombríos que eran importados para el mantenimiento de la isla.

Solo tenían un problema, el envejecimiento prematuro, debido a la alimentación sintética, la falta de luz natural, pero sobre todo al uso exagerado del espejo que en ocasiones se rompía sin aparente motivo. Tanto ancianos como niños se maquillaban y cubrían sus cabezas con pelucas multicolores para ocultar la temprana calvicie. Todos vestían ropajes únicos que reciclaban de las demás culturas del mundo. Y esa era la moda que exportaban y ese era el estilo de vida que día a día se imponía en el resto del planeta.

Trataban de diferenciarse entre ellos, pero al final la originalidad se convertía en un monótono collage de colores encandilantes, sin vacío, sin grises ni perspectiva.

El vacío venía del mar y el cielo, los grises de las horas tenues, pero ellos a toda costa se protegían multiplicándose a través de los espejos.

El esclavo Balún vivía obsesionado con las fotomodelos. Después de cargar las pesadas rocas de cristal durante el día, se metía en el armario de la casa de un amigo ex-esclavo, que había comprado su libertad y se extasiaba con revistas que recogía de los basureros.

Encendía un tabaco negro y estudiaba empeines y talones, dedos, tobillos y pantorrillas, venas azules, rodillas, caderas y pelvis. Envolvía otro tabaco para continuar con  ombligos, pechos, espaldas, columnas y omóplatos. Suspiraba al llegar a los cuellos, orejas, labios y ojos. Se agitaba palpando las narices, cabelleras y texturas de la piel, además de las siluetas y el estilo de las modelos con la minuciosidad de un estudiante de anatomía. Pero sobre todo las manos. Las trataba como un fetiche; leía las líneas de las palmas, montes, estrellas, cruces, círculos de piel, dedos y uñas.

Adoraba las manos. A través de estas descubría y poseía a sus amores de papel, en el armario donde vivía, o en los bares y cafés a los que acudían las modelos en busca del amor imposible.

Balún era delgado, de ojos negros y cabellera oscura. Tenía la nariz aguileña y ciertos gestos amanerados cuando envolvía sus tabacos negros. Estas características y el modo desinteresado de mirar y hablar, generaban confianza en las chicas que al verlo lo confundían con alguien del gremio. Además era un esclavo erudito, leía los clásicos y a escritores que en la Isla de los Espejos no se les daba mayor importancia debido a la tormenta que podrían desatar en los espíritus. A menudo les comentaba sobre Ciorán, Papini , Daniel Jarms o cualquier otro que se le venía a la memoria. Las modelos se deslumbraban y creían enamorarse, pero este las abandonaba después de haberlas desnudado y poseído a través de las manos.

Esa tarde de invierno, a Balún lo habían despedido del trabajo por romper involuntariamente un espejo de cristal. Caminaba de prisa pero sin rumbo cierto. Cuando se encontraba con algún espejo o vitrina, cerraba los ojos, respiraba profundamente y en su interior empezaba una danza de imágenes y colores que después se desvanecía. Esta era una técnica que había descubierto para no caer en la excesiva adoración y al mismo tiempo rechazo de su propia imagen.

Las calles estaban congeladas y Balún escogió el café "Líos", al azar, porque las manos y los pies se le estaban entumeciendo.

Se sentó al fondo, frente a un espejo viejo y sucio, a través del cual se dominaba el resto del bar. Era la primera vez que un espejo no lo rechazaba, quizás por lo oscuro y olvidado; como que si por mucho tiempo nadie se hubiese mirado en su cristal opaco.

Sobre la mesa, encontró el último ejemplar de la revista "Siluet". En la portada estaba ella, envuelta en un plástico transparente. Monique Lature, como siempre lucía los labios sonrientes e hinchados, pero los ojos como si hubiese acabado de llorar. A través del plástico resaltaban sus rodillas y hombros puntiagudos. Las manos como de costumbre posaban enguantadas, esta vez sosteniendo un mono amarillo con sus guantes blancos de cirujano.

Monique era la favorita de Balún. El misterio de sus manos le atraía intensamente. Soñaba con recorrer la línea de su destino, sus montes, estrellas y cruces. Después, adormeciéndole el cerebro penetrar en su corazón, para quizás en esta ocasión no dejarla abandonada, igual que a las otras revistas, en cualquier basurero, de los tantos que crecían en la isla como árboles ornamentales.

De todas maneras, siguiendo la forma que dibujaban los guantes, pudo leerle las uñas; cónicas, prácticas, filosóficas, y un índice martillo, que al entremezclarse la describían como una mujer conflictiva, dominante, pragmática; pero al mismo tiempo con tendencias a la melancolía y al arte. 
La mesera de turno le trajo un expreso doble y amargo a Balún que se disponía a encender un galoise, cuando por el espejo vio entrar a dos atractivas mujeres. Vestían abrigos de nutria que de inmediato colgaron de la percha. Saludaron de beso con la mesera y luego se sentaron en un cubo de vidrio, junto a la puerta.

Balún comparaba, sorprendido, las manos enguantadas de la Monique de la revista, con las manos enguantadas de la Monique que acababa de sentarse, luciendo los mismos guantes blancos de cirujano.

-¡Esto es magia!, exclamó para sí. Exhaló una prolongada bocanada de humo, siguiendo discretamente la escena, por medio del espejo.

Monique estaba enfrascada en una discusión con su acompañante, de pelo corto, facciones varoniles y frías, que contrastaban con el cabello ondulado y el rostro triste y alegre de ella.

La acompañante agarró violentamente una carta de la mesa y la rompió, arrojando los papeles en el basurero. Acto seguido, salió del bar sin despedirse, encogiendo los senos.

Monique soltó una lágrima espesa que estalló en el cenicero de cristal; secó su mejilla con la servilleta y bebió un sorbo de su copa de coñac.

Balún, que había escuchado la explosión de la lágrima, observaba fascinado la escena, cubriendo el espejo con bocanadas de humo que al desvanecerse revelaban el espectro lagrimeante de la modelo.

En la ciudad oscurecía, la mesera encendió velas sobre las mesas. Monique sopló la llama que alumbraba su rostro inflamado y sacó un cigarrillo largo de la tabaquera de cristal.

Un grupo de modelos que parloteaban al unísono, en una mesa cerca del baño, salió del bar, quedando solamente Balún ante el espejo oscuro de la noche y la silueta de Monique, cuyos dedos impacientes buscaban infructuosamente el encendedor en su cartera de plástico rojo.

El esclavo giró su cuerpo despacio, se acercó a la mesa sombría y encendió un fósforo que ofreció a Monique.

-Gracias, respondió ella con voz lloriqueante, acercando el cigarrillo a la llama que quemó los dedos de Balún.

-¡Oh, lo siento!
-No se preocupe, es mejor así, a oscuras.
-Sí, en realidad estoy cansada de tantas luces. Usted entiende, a las modelos nos toca soportar largas horas bajo la presión de luces.
-A veces el exceso de luz y color no nos permite escuchar. Escuchemos ahora los ruidos de la ciudad; al caer la noche, todos los sonidos se transforman en música.
-...Sí, tiene usted razón, nunca me había percatado de eso. Gracias por sus palabras... ¿Quiere sentarse?
-Será un placer. Ahora cerremos los ojos y respiremos hondo.

Balún se sentó junto a ella, que seguía las instrucciones con interés y poco a poco su rostro empezó a mostrar satisfacción.

-Ahora usted y el mundo son uno solo, unidos por los latidos del mismo corazón.

Mientras ella respiraba concentrada, Balún le tomó una mano, pasándole el calor de sus palmas.

-¡No, las manos no! A nadie le permito que me las toque. Separó sus manos bruscamente, rompiendo con el codo la copa de coñac.
-Nunca nadie ha tocado mis manos, confesó llorosa y continuó. Por eso acabo de terminar con mi novia. Ella quería quitarme los guantes y eso no le permito ni a mi madre.
-Solo quería ayudarla, para que se sienta mejor.
-Gracias, pero discúlpeme. Quizás usted me pueda entender. En mis manos guardo el único pudor que me queda. Han fotografiado y usado mi cuerpo muchas veces y nunca he aceptado, por ninguna suma de dinero, que me fotografíen las manos. Es lo único puro que queda de mí.
-La entiendo.

Monique agarró otro cigarrillo que Balún encendió gentil.

-Claro que esta actitud me ha traído muchos problemas en la vida, sobre todo en el amor. Ha sido la razón para que todos los hombres que quise me hayan dejado. Últimamente he estado experimentando con mujeres, porque nosotras somos más pacientes y sabemos querernos como hermanas, pero igual, usted ya vio lo que acaba de ocurrir con mi novia.

Se acercó la mesera y limpió los vidrios rotos. Monique pidió otra copa de coñac y Balún su segundo café doble.

-¿Enciendo la vela?, preguntó la mesera.
-No, gracias, esta noche preferimos la oscuridad, respondió Monique.
-Hoy estás muy triste, dijo la mesera.
-Triste pero en buena compañía.
-¡Ah!, con Balún una nunca se aburre.
-¿Quieres escuchar tu canción favorita?
-Sí, por favor, y mi copa de coñac.

La mesera colocó un disco de acetato y empezó a sonar "Bohemia de París", de Charles Aznavour.

Monique y Balún fumaban en silencio, ella lo miraba con gestos de grata sorpresa, él disimulaba el deseo de descubrirle las manos, haciendo lentas bocanadas de humo que dibujaban la letra M y se suspendían en el techo hasta desvanecerse.

-Nunca nadie había dibujado mi nombre con el aliento.
-Yo nunca lo había hecho para nadie. Debe ser la oscuridad que me pone creativo.
-Siempre tuve miedo a la oscuridad y al silencio. A pesar de que vivo sola siempre estoy hablando con alguien, por teléfono, escuchando música o viendo televisión. Antes tenía un loro que compré en el Perú, pero se enfermó y murió. Hablaba en español y yo no le entendía. Siempre repetía la misma frase: "quiero volver a casa, quiero volver a casa"; después una amiga me tradujo la frase. Si yo lo hubiese entendido desde un principio, lo habría devuelto a su lugar de origen, pero fue demasiado tarde... Pobre mi lorito, todavía hay noches que sueño con él.

Balún escuchaba con los ojos cerrados el monólogo, le impresionaba el tono desconsolado con el que siempre hablaba; como si una lágrima le rodara por la lengua en cada palabra.

Monique solo callaba para levantar la copa y beber. Tomaba sorbos cortos y contínuos. En menos de una hora ya iba por el cuarto trago.

-Después compré un perrito, pero el novio que tenía no lo soportaba. Tuve que decidirme entre mi novio y mi perro, y lógicamente me decidí por mi novio. Yo lo quería demasiado y nos ibamos a casar, pero una semana antes me dejó, porque quería ver mis manos primero. Y eso de ninguna manera yo lo podía aceptar. Incluso le ofrecí mostrárselas en la luna de miel, pero él no pudo esperar. Así son los hombres de desesperados.

Balún pidió otro café y armó un cigarrillo que ofreció a Monique. Ella lo encendió y siguió hablando, después de toser un par de veces.

-Para mí ha sido muy difícil encontrar el amor, no sé si por culpa de mis manos o de mis nervios. Pero todas las personas que he amado, cuando llegamos al tema de las manos se han desencantado.

Creo que debo  resignarme a la soledad, porque lo más seguro es que nunca encuentre alguien que me acepte como soy...

-Yo nací resignado a la soledad, me gustan las mujeres bellas aunque su presencia real me inutiliza. Solo sé querer a la distancia, por medio de revistas o de cartas, pero mis palabras se desvanecen ante la llegada de la pasión.Consumo mi energía cargando pesadas piedras y he aprendido a ser un esclavo feliz, cuando al principio pensé que no podría resistir. Además creo que en unos años más, habré ahorrado lo suficiente para comprar mi libertad.

Monique lo escuchaba sorprendida, mojó los labios de coñac y continuó.

-Yo tampoco elegí esta vida, mi madre fue modelo y mi padre fotógrafo. Desde que nací estoy posando y no conozco otra desgracia que no sea el éxito. Ni la heroína que en un principio me distendía, ahora me ayuda. Solo el alcohol, a ratos, me permite desahogarme y olvidar mis manos por un momento. Yo también me siento esclava de la felicidad, pero no tengo otra elección, porque no sé hacer más que posar ante las cámaras, que son mi espejo. Por eso en mi casa no tengo espejos, porque los espejos me aterran igual que la soledad y el silencio.

-Yo en cambio disfruto de la soledad y el silencio, porque aunque me entristecen, son los únicos espacios de libertad que me quedan dentro del armario en el que vivo.
-A tí lo que te hace falta es una noche de sexo.
-De tanto ver revistas ya no tengo erección.
-¿Es un desafío o una broma?
-Quizás sean las dos cosas.

Monique levantó su trago y le sirvió en la boca a Balún, provocativamente, luego bebió un sorbo y soltó la copa que se reventó en el piso.

-Oh, lo siento, es que ya me estoy poniendo borracha. Será mejor que me vaya a dormir.

La mesera se acercó y recogió los vidrios. Monique pagó sus tragos con una tarjeta de crédito y se levantó ayudada por Balún.

-¿Me puedes acompañar a mi casa, por favor? Es que me siento mareada.

Balún, sin responder con palabras, la sujetó de un brazo y juntos salieron del bar hacia una calle angosta, amurallada por torres de cristal.

En la puerta del edificio Balún intentó despedirse, pero ella le pidió que por favor la acompañase hasta el departamento porque no se podía sostener sola.

Ascendieron velozmente por el elevador, hasta el piso ochenta. Monique entregó su bolso al esclavo, para que bucara las llaves y abriera la puerta. El momento en que Balún giró la cerradura, ella lo empujó hacia adentro, soltando una risotada.

-Vamos a beber algo más, tu eres un hombre diferente a todos los que he conocido.
-No es seguro de que en realidad yo sea un hombre.
-Tu inseguridad me produce confianza y me exita.

Destapó una botella de champán y sirvió en dos copas celestes. Balún se sentó en un sofá blanco que estaba en el centro de la sala, junto a una mesa de vidrio negro. Aparte del tocadiscos y de esos muebles, el resto de la sala estaba vacía. A través de la pared transparente se veían las estrellas adormecidas tras la urna de cristal.

Monique se sentó trepando una pierna sobre Balún; chocaron las copas y bebieron. A pesar de la excitación de la modelo, el esclavo se mantenía sereno; esperaba el momento propicio para descubrir el misterio de sus manos. Monique se levantó de un salto, colocó el mismo disco de Charles Aznavour y empezó a sonar su canción favorita.

Comenzó a moverse al ritmo lento de la música, derramando gotas de champán sobre sus senos, luego se quitó los zapatos y las ligas. Bailaba con la copa sostenida en una mano y con la otra se iba desprendiendo de la ropa, con movimientos sutiles. Voló una blusa de seda, después un corsé y una minifalda de plástico. Hizo un giro de ciento ochenta grados y perdiendo el control de sus piernas cayó al piso con la copa en la mano. La mujer gritó al ver la sangre que fluía del guante blanco con un pedazo de vidrio incrustado en la palma. Balún le ayudó a levantarse y la condujo al lavamanos del baño. Abrió la llave y extrajo el vidrio sin quitarle el guante. Monique, enmudecida ante el delta rojo que escapaba de su mano, perdió el conocimiento.

Entonces Balún, cargándola en sus brazos la acostó sobre el sofá. De la mano dormida escapaban lentas gotas de sangre; el joven, respirando a fondo, le quitó el guante y encontró que la palma de la mano carecía de líneas y montes, era plana y pulida como un espejo nuevo. Únicamente la herida fresca se extendía horizontal, reemplazando a la línea ausente del corazón. Balún le desnudó la mano siguiente y al igual que la primera, carecía de trazos.

El esclavo sintió una corriente fría en la nuca, al mismo tiempo el calor de las gotas que caían sobre el piso dibujando una estrella. Esta sensación escalofriante le despertó un deseo nunca antes experimentado...

Con el mismo pedazo de vidrio punzante, le trazó un hermoso y prometedor mapa vital, en cada una de las manos, mientras Monique soñaba que era amada.

Al día siguiente, la modelo descubrió las líneas frescas en sus palmas. Con una dicha incomparable, desprovista de guantes, volvió al bar "Líos" en busca de Balún, segura de que había encontrado el amor imposible... Pero el esclavo hasta el invierno de hoy no ha regresado...