miércoles, 23 de marzo de 2011

EN ESTOS DÍAS DE DOLOR PARA EL JAPÓN Y LA CONCIENCIA DEL MUNDO, OFREZCO ESTA CRÓNICA VIVENCIAL ESCRITA ALGUNAS ESTACIONES ATRÁS, CON LA ESPERANZA DE QUE LA CONCIENCIA ZEN ACTÚE EN SUS GOBERNANTES Y GOBERNADOS,  MUCHAS VECES SOMETIDOS AL DESTINO DE SU PROPIA  ESPADA… 

Publicado en el número 3 de la revista Anaconda, cultura y arte.


ESTACIONES ENCENDIDAS

Tokio, es diciembre. La noche encandilada de neones envuelve la ciudad con destellos violetas y amarillos. Se acerca la navidad y la gente que todavía surge de las ruinas de Hiroshima refleja sus espectros en las vidrieras de Shinju-ku, repletas de Noeles que seducen desde el fondo.

En las librerías escasean los textos de Mishima, más aún  para estas fechas. Pronunciar su nombre provoca silencio en los rostros de las delicadas vendedoras.

En la Universidad de Lenguas Extranjeras interrogo a varios estudiantes sobre el  prolífico autor de “Caballos desbocados”. La mayoría no ha leído sus obras, quienes lo conocen se tensionan  y prefieren no hablar. Pero olvidemos a Mishima y recorramos la ciudad dividida por las cuatro estaciones del año.

En el jardín imperial se celebra el otoño. El emperador, reencarnado en un gato negro, pasea solemne por el lago salpicado de amarillo; una capa de lotos blancos lo abriga. La emperatriz, en un altar de hojas rojas espera a sus súbditos.

“Todos somos mellizos,
todos somos hijos del sol y de la luna”,

Corean unos niños envueltos en mariposas disecadas.

La primavera florece de la noche en las veredas de Jimbocho. Pájaros nocturnos picotean hortalizas sembradas sobre los parterres rotos, mientras las ventanas de una casa, aún  sostienen  lágrimas de la última guerra.

El invierno anida en el bosque de sakuras y las palomas de nieve filosofan en las gradas del templo del sintoísmo. También  los cuervos robustos, en los basureros de algún puente, degustan los manjares de cartón.

Los carpas rojos y azules veranean en el río, seguros de que el anzuelo no truncará sus tardes. Pero yo, día y noche busco al sol por entre las ranuras que dejan los edificios, y no lo siento. Apenas intuyo una estrella borrosa, sobre el techo de una torre de vidrio, como por un telescopio. Alguien me informa que el astro veranea entre las islas de deshechos.

Hay que dejar la ciudad, exprime al hombre con su acordeón de luces, con el grito ahogado del último samurai, en su honor harakiri y su espadazo de adentro hacia fuera, porque Mishima nació con el sable atravesado en el alma.

Cruzo la ciudad en el tren veloz. Salto a una isla de latas de cerveza recicladas y playas de ceniza, todavía tibias, como las olas nocturnas, como la noche y su calefón de estrellas, donde enciendo el tabaco  que inflama  a la espuma.

¡Y bueno fantasmas! ¡Brindemos un  Nagori sake hasta que salga el sol entre las islas plateadas! Pero también brindemos unas Saporo en lata, para mañana seguir agrandando el archipiélago. Y no olvidemos el Chivas de doce años, picando sashimi de cuatro peces, con la carne viva; es que la economía japonesa permite a la sociedad comer y beber  de lo mejor; y el dinero de mi premio del festival de cine se escurre en un río de alcohol.

Fotografiemos nuestras narices rojas y por favor no durmamos, que esta noche es la última mi querida Yukiko.

¡Kampai por las estrellas que se besan en lo oscuro! ¡Kampai por la tierra que fue una estrella verde! ¡Kampai mi adorable Keiko! ¡Kampai por tu primero y último beso! ¡Kampai por tu mano tibia  y por tu sexo spondylus, donde anida mi corazón  exhalándote canciones!

¡Kampai mi estimado Tomo! Por Nara, Okinawa y Fujiyama. Por el concierto de Pat Methany en Shinju-ku. Por los abuelos en retorno dolorido, por los autistas que enamoran al silencio, por los que nacieron y por los que se fueron de largo, siguiendo la huella del cometa… Por nosotros con la sombra en el ocaso.

El sol abre su ojo rojo en el alba, el mismo de la bandera rojiblanca, y una gaviota de vidrio desayuna un pez de aluminio.

Escucho el ¡oooh! de los fantasmas diurnos, y aplausos y cantos en la orilla, para los habitantes de Tokio es todo un acontecimiento ver el amanecer.

Ojaio gosaimas (buenos días), un último brindis y adiós. Pues mis amigos trabajan desde las siete a.m.  y mi avión parte a las ocho….El jet se hunde en el sol, cierro los ojos y escribo para mi guitarra  de cuatro cuerdas; una cuerda para cada estación.








   

No hay comentarios:

Publicar un comentario