miércoles, 13 de abril de 2011

Publicado en el número 11 de la revista EL BÚHO, como FIESTA DE MÁRMOL.

SOLOS DEL SILENCIO

La “democracia” había saqueado el templo. Sus tenores escaparon hacia el norte con todas las barras de oro, cuando la gente dormía bajo la tormenta de extrañas luces y veloces tecnologías.

Ya a nadie importaban los cuervos rojos de mármol, ni las estatuas de arena de los héroes y sus dragones, decapitados cuando cumplían la misión de los dioses, en la constante defensa del alma y el amor de la tribu.

Los dementes empezaron el lento retorno desde el jardín de espinas a donde habían sido condenadas sus vidas y encadenadas sus manos a la limosna, en las gradas del templo que ellos habían construido entre el vino, la mirra  y el sacro-oficio.

Volvían tristes, con las manos y los ojos llagados; sus pies apenas podían subir las gradas de la plaza Sacramental.

Entre los que retornaban pude reconocer al duende Rodrigo. Arrastraba dos bueyes de Tauro y sus pequeños mellizos, con alas en los omóplatos, le revoloteaban alrededor de la cabeza, dibujándole una aureola. Lo acompañaba Ivanceti, el rey de la ceniza, casi calvo, pero con las uñas y las pestañas crecidas. Su pipa de aluminio humeaba y el dragoncito mascota le correteaba por la espalda. Lo seguía el loco Carlo; las orejas le habían crecido de tanto callar, y de su ojo lleno de ira colgaba una lágrima de piedra. Lo escoltaba el astrofísico Cristianzen, como siempre caminando al revés, para contar los metros del pasado y sorprender al futuro por la espalda. Después subía Aoá el caminante; llevaba un infinito collar de palabras, en el que se leía un solo nombre que nunca terminaba, y mientras más avanzaba, más se alargaba.

Por la puerta apareció Maxim el músico; traía los misterios de Hiperbórea en una cajita musical, y cuando la abría, los sonidos se le escapaban por sus ojos pálidos y las columnas rotas del templo. Más atrás íbamos mi hermano San y yo, fundidos en un abrazo y brincando en una sola pierna. Veníamos del crepúsculo en un barco rojo, donde papá y mamá pasaban la luna de miel del alma.

En el centro de la plaza nos esperaba la loca Valdivia. Se había bañado y en sus manos sostenía una canasta con vino y floripondios marchitos.

Todos bebimos, adormecimos a los Ojos y cantamos para dentro.

Lentamente los seres de mármol iniciaron la danza, al compás de la lluvia que llenaba el vacío de nuestra ausencia…

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