miércoles, 21 de diciembre de 2011

LA CASA DEL TIEMPO (de Egozumo)

A  Hernán Burbano Urresta

Desde que estalló mi corazón vivo en la calle celeste. Mi casa también es celeste y está unida al precipicio por un puente de trinos.

Aquí antes habitó un océano y los peces grises del otrora acantilado, hoy con las alas crecidas, multiplican sus críos en los baúles, en el spondylus gigante que reemplaza a mi vitriola, con el lamento perenne de aquel mar.

Las aves nacen pero no abandonan la casa. Me estoy ahogando en un coro de trinos, mientras mi mano de madera prepara alpiste de perlas y oro, en el baúl sin fondo de mis botines piratas… ¡Ah, mi destino, jardinero del cielo! Lluvias de perlas descienden desde mi nube, sobre continentes de aire, sobre desiertos de humo. Llueve en las ciudades de techos de espuma petrificada.

A pesar del vacío el drama continúa. Las enfermedades del pasado son una tos que se activa en las noches. Y la pared sobre la que reposa mi espalda ha empezado a roncar.

Miro por la ventana a las nubes vecinas y no hay ningún Ángel dormido. Abrazadas, las nubes sueñan silenciosas.

Los ronquidos se intensifican. Comienzan con un do-mi-sol y terminan en re-fa-si, para así continuar combinándose infinitamente.

Roncan seres de todas las edades y yo, viejo pirata, siento vértigo. Las aves también escuchan en silencio, a veces entre ellas comentan algún trino.

El spondylus ha callado. Escucho el ronquido de un niño, que después revela mis nombres: desde Urr hasta Soon. Mis nombres antiguos y mi nombre presente, pasando por Atlan y Rett, Urmal y Sansen. Mis nombres que había olvidado, en un rosario memorial, desde el vacío sangrante de ayer, hasta el vacío celeste de hoy, donde la herida va expandiendo su cuerpo y se sonroja el aire en tempestades de recuerdos.

Amanece y la pared se ha silenciado.  El celeste bosteza sonriente, los pájaros se han marchado y el spondylus sopla vientos frescos. Del interior de la pared sale un niño de cabellos rojos y azules, de ojos más antiguos que los míos. La piel es transparente y en su pecho late una gota fosforescente.

El niño mete la mano en su tórax, saca la gota y la deposita en el mío, atravesando mis costillas de coral rojo deshecho, cuando mi sombra camina por las laderas del aire, germinando la soledad de la luz que va disolviendo sus puertos….

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