martes, 17 de enero de 2012

A los tsunamis y sus tormentos solares…es decir  a nosotros, a las respuestas de los ecos de nuestra pasión…

LA FLAUTA EN LA LLUVIA  (de Egozumo)

Una tarde candente el flautista Flavio escapó de los ruidos de la ciudad, y buscando una cápsula acústica se fue a vivir en la honda galería de una mina de oro abandonada.

Estiraba los días prolongando el silbar del silencio con su flauta traversa. En las noches bebía del agua dorada que se filtraba por las rocas y dormía semanas, meses, y años quizás, arrullado por el eco de su propia melodía concentrada en el corazón de las piedras.

Tanto la cabellera como la barba se le fueron tornando doradas, al igual que la flauta y sus finos dedos que seguían tocando mientras silbaba dormido.

Una noche del violento verano, el músico despertó angustiado. Piedras de oro llovían desde el techo de la gruta y por las paredes chorreaban torrentes del líquido dorado.

Flavio escuchó el ruido de una perforadora mecánica que venía desde lo alto. Rápidamente guardó la flauta en su estuche, que también impregnado de oro pesaba como un ataúd, y abandonó la galería poseído del temor de volver a la ciudad enardecida.

La noche también llovía. Una tempestad de oro líquido azotaba la tierra. La gente se ahogaba entre gritos de júbilo y desesperación. La ciudad brillaba entre el oro de la dicha y la tragedia. En la torre de la catedral, un ciego que había incendiado sus pupilas de tanto soñar, agitaba la campana con la luz de sus manos afinadas dentro de su propia oscuridad.

En el cementerio relinchaban los corceles del ocaso, mientras las tumbas y la hierba se pintaban con la cascada áurea de aquel Sol estallando en la noche.

Flavio avanzaba con dificultad, el lodo ajustaba sus rodillas y el estuche con la flauta aplastaba sus frágiles hombros. El músico divisó entre la neblina dorada el portón del antiguo cementerio y se dirigió hacia allá, con el anhelo de refugiarse en el panteón de sus antepasados.

Luego de un trueno ensordecedor la flauta empezó a silbar, calmando gota a gota con su trino a la tormenta, hasta el punto de adormecerla como una brizna brillante en el aire oscuro.

Volvía la calma a la noche cuando Flavio y su flauta ingresaron en el panteón de sus antepasados, que la tormenta había ido transformado en un lago apacible y sin fin, en el que el recién llegado se internó con una tonada que dibujaba para dentro ondas de silencio… Pero que en su corazón sereno resonaban como las más bellas notas.

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